martes, 25 de febrero de 2014

Transición onírica.

Me senté en la parada del autobús, ahí quieto esperando y observando, viendo a la gente pasar. No había comido, no había bebido nada, y no tenia deseos de hacerlo, eran ya eso de las tres de la tarde. No sabía, no recordaba... ¿quién era yo?, ¿que hacía ahí?, nadie se interesaba por mí, la vida discurría a mi alrededor como una pesadilla, eran las tres de la tarde y el sol lucía en todo su esplendor, nada, nadie... la parada se llenaba y vaciaba de presurosos viajeros que desaparecían seguidos de sus sombras... entonces percibí algo que me sorprendió: no existía mi sombra, simplemente mi cuerpo no tenía la sombra de toda la vida... palpé mi cuerpo... existía, solo hallé restos de un reseco reguero de sangre sobre la cera que confluía con mi asiento, con mi cuerpo, no sentía dolor... decidí seguirlo con la necesidad de saber y al doblar la esquina vi una ambulancia sobre un jardín, destellos de luces y las puertas abiertas acogiendo una camilla sobre la que yacía un cuerpo inmóvil, alguien levanto la sábana que cubría su rostro... entre sollozos alguien  gritó mi nombre...grité agitando mis brazos..., nada, nadie, supe que era yo.
Amo la vida, amo a quienes forman mi vida.

2 comentarios:

AIRE dijo...

Excelente tu artículo. Bien podría tratarse del comienzo de un estupendo libro; te envidio.
Tienes razón al amar la vida, es lo único que tenemos ahora. Aunque haya altibajos hay que seguir amándola.
Y que suerte para aquellos que conforman "tu mundo".
Cuídate y quierete, tu también. Azu.

vuelo corto dijo...

Mi mundo.., hay muchas cosas que conforman mi mundo y sabes que una parte muy importante del tuyo forma parte de mi mundo afectivo.
Que fácil resulta el querer vivir.
Con afecto, Fernando.